domingo, 22 de marzo de 2009

Tarsila do Amaral: todo el color de Brasil


Conozcan a Tarsila do Amaral, una mujer que vivió el siglo XX y todas sus turbulencias en la primera fila. Nació en Brasil, estudió pintura en París, viajó por el mundo (sucesivamente con sus cuatro maridos) y tuvo acceso a los círculos intelectuales franceses más exclusivos, pero volvió a su país para participar de la vanguardia de los años 30, con un objetivo: dar forma y color a la identidad brasileña. Incluso, gracias a una pintura suya, que le regaló a su marido el poeta Oswald de Andrade, en 1928, este se inspiró en ponerle nombre a un movimiento que fue pictórico y literario, y al que se reconoce como “antropofagia” (el modo brasileño de “comerse” las influencias europeas y dar a luz una forma propia de ser un país).


Los colores fuertes, las formas redondeadas de hombres y mujeres, las casitas, palmeras, barquitos y animales con cierta ingenuidad calculada, caracterizan una pintura que quiso rescatar un país de naturaleza exuberante y sensual. Sus obras están basadas en sus continuos trasiegos por buena parte de Europa, la Unión Soviética y Medio Oriente, pero también en sus viajes por zonas del Brasil más profundo. En todas sus travesías conservaba una libreta, en la que iba apuntando paisajes (reales e imaginarios) y formas que a veces abandonaba, y otras le servían como ensayo para algunas obras.

“Encontré en Minas los colores que me encantaban de niña. Me enseñaron después que eran feos y vulgares. Pero me vengué de la opresión y puse en mis cuadros azul purísimo, rosa violáceo, amarillo vivo, verde rutilante”, escribió la artista, al explicar el modo en que pudo escapar de los corsets de la academia que conocía. Nunca más retornó a ellos: fue clave en el movimiento de artistas renovadores de los años 30; viajó a la URSS y volvió impactada.


Pero en 1933, tras una crisis económica familiar que suspendió sus iniciativas viajeras, Tarsila entró en un período de sombra que ya no abandonó, a pesar de que siguió produciendo, mayormente obras por encargo. Murió en 1973 en San Pablo, poco después de que su obra se hubiera comenzado a cotizar mundialmente.

Se la ha criticado por haber desarrollado una pintura ingenua. Responde la curadora: “No lo creo. Ella tenía mucho conocimiento de pintura. Hay una síntesis y una búsqueda de ingenuidad como característica de la nación. Es un Brasil no europeizado, en contacto con la tierra y la naturaleza”.

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